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Poesía en la cárcel

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«La hora del rancho en El Dueso» de Antonio Buero Vallejo

Son numerosos los escritores que han sido encarcelados en alguna ocasión. Algunas obras maestras de la literatura han sido concebidas o compuestas en la cárcel. Quizá el ejemplo más conocido es El Quijote de Cervantes. A continuación ofrecemos un listado comentado, que no pretende ser exhaustivo, de algunos escritores que compusieron o idearon alguna de sus obras en prisión. Nos centraremos en los poetas.

Empezaremos nuestro repaso a finales de la Edad Media con el francés François Villon, poeta maldito avant la lettre cuya vida “carcelaria” daría para una novela. Él nos dejó, por ejemplo, la escabrosa “Balada de los ahorcados”:

Hermanos humanos, que viven después de nosotros,
no tengan contra nosotros endurecidos corazones,
pues, teniendo piedad de nuestras pobres almas,
Dios la tendrá antes de ustedes.
Aquí nos ven atados, cinco o seis:
en cuanto a la carne, que hemos alimentado en demasía,
hace tiempo que está podrida y devorada
y los huesos, nosotros, ceniza y polvo nos volvemos.
De nuestros males no se burle nadie;
pero rueguen que a todos Dios nos quiera absolver.

Si hermanos nos llamamos, en nuestro clamor sin desdén
nos traten, aunque hayamos sido muertos
por Justicia. Pues deben entender
que no todos los hombres pueden ser sensatos;
perdónennos ahora, ya que hemos partido
hacia el hijo de la Virgen María;
que su gracia no nos sea negada
y pueda preservarnos del rayo infernal.
Muertos estamos, que nadie nos moleste:
pero rueguen que a todos Dios nos quiera absolver.

La lluvia nos ha limpiado y lavado,
y el sol desecado y ennegrecido;
urracas, cuervos, nos han cavado los ojos
y arrancado la barba y nuestras cejas.
Nunca jamás, ni un instante, pudimos sentarnos:
luego aquí, luego allá, como varía el viento,
a su placer sin cesar nos acarrea,
siendo más picoteados por los pájaros que dedales de coser.
De nuestra cofradía nadie sea:
pero rueguen que a todos Dios nos quiera absolver.

Príncipe Jesús, que sobre todo reinas,
guarda que el Infierno no tenga sobre nosotros dominio:
nada tenemos que hacer con él ni que pagarle.
Hombres, en esto no hay ninguna burla:
pero rueguen que a todos Dios nos quiera absolver.

(Fuente: Ciudad Seva)

En el Renacimiento, dos ilustres humanistas pasaron por prisión por motivos diversos: el inglés Tomas Moro (el autor de Utopía) por “desobedecer” al rey Enrique VIII y el salmantino Fray Luis de León por traducir al castellano el Cantar de los Cantares del Antiguo Testamento, algo prohibido por el Concilio de Trento. Ésa era la acusación formal, pero muy probablemente fue denunciado por algún compañero de Universidad con el que estaba enemistado. Cuenta la leyenda que, tras pasar cinco años en la cárcel de Valladolid, volvió a su cátedra de la Universidad de Salamanca y comenzó la clase con las proverbiales palabras “Como decíamos ayer…”. Se le suele atribuir una décima que dejó grabada en la pared de su celda:

Aquí la envidia y mentira

me tuvieron encerrado.

¡Dichoso el humilde estado

del sabio que se retira

de aqueste mundo malvado,

y, con pobre mesa y casa,

en el campo deleitoso,

con sólo Dios se compasa

y a solas su vida pasa,

ni envidiado, ni envidioso!

En la Francia de la Ilustración, Voltaire y el Marqués de Sade también pisaron la prisión de La Bastilla, sobre todo Sade, que vivió un tercio de su vida (¡hasta veintisiete años!) entre la prisión y el manicomio. Voltaire fue encarcelado por satirizar al duque de Orleans; cuando salió de prisión dejó de firmar con su verdadero nombre (François-Marie Arouet), adoptó el seudónimo con el que pasaría a la Historia y se convirtió en el azote de la intolerancia y la superstición. La vida y la obra del Marqué de Sade fueron un continuo escándalo. Puede que incluso su obra (el término «sadismo» se inventó en su honor) contribuyese a acrecentar su leyenda negra de libertino depravado.

El novelista ruso Dostoievski, como recreó magistralmente Stefan Zweig en Momentos estelares de la humanidad (1927), volvió a nacer el 22 de diciembre de 1849: cuando estaba frente al pelotón de fusilamiento que debía ejecutar la condena a muerte que había recaído sobre él y otros conspiradores liberales contra el régimen del zar Nicolás I, llegó en el último momento la conmutación por una condena a trabajos forzados en Siberia. De su experiencia en Siberia nació Recuerdos de la casa de los muertos.

Diferente es el caso del estadounidense Henry David Thoreau, que prefirió pasar por la cárcel a pagar un impuesto que consideraba injusto. Esta lección de coherencia intelectual la expuso en Sobre el deber de la desobediencia civil (1849), ensayo que sentó las bases de la resistencia pacífica propugnada por Tolstói, Gandhi y Martin Luther King.

A finales del siglo XIX, la puritana justicia de la Inglaterra victoriana condenó a Oscar Wilde a dos años de cárcel por ser homosexual. Wilde poetizó esta traumática experiencia en Balada de la cárcel de Reading, de la que copiamos dos fragmentos:

Todos los hombres matan aquello que aman,
—que esto sea oído por todos— Unos con una mirada de odio,
Otros con una palabra halagadora;
El cobarde mata con un beso,
El valiente con la espada.

Unos matan su amor cuando son jóvenes,
Otros cuando ya son viejos,
Unos lo ahogan con las manos de la lujuria,
Otros con las manos del oro;
Los más piadosos usan el cuchillo,
Porque rápido se enfrían los muertos.

Algunos aman poco, otros demasiado,
Unos venden y otros compran;
Unos hacen lo que deben hacer con lágrimas,
Otros sin un sólo suspiro;
Porque todos los hombres matan aquello que aman,
Aunque no todos tengan que morir por ello.

(…)

Las acciones más viles, como las hierbas venenosas,
florecen bien en el aire de la prisión:
es solo aquello que es bueno en el hombre
lo que allí se desperdicia y se marchita:
la pálida angustia custodia la pesada puerta,
y el guardián es la desesperación.

Porque matan de hambre al pequeño niño asustado
hasta que llora tanto de día como de noche:
y azotan al débil, azotan al tonto,
se burlan del gris anciano,
y algunos se vuelven locos, y todo se vuelve malo,
y ninguna palabra se puede decir.

Cada celda estrecha en la que vivimos
es una inmunda y oscura letrina,
y el aliento fétido de la muerte en vida
asfixia cada traje a rayas,
y todo, excepto la lujuria, se convierte en polvo
en la máquina de la humanidad.

Otro poeta coetáneo, el simbolista francés Paul Verlaine, también pasó una temporada en prisión. Como Wilde, había protagonizado un escándalo público por mantener una tormentosa relación con el también poeta Arthur Rimbaud. Pero Verlaine fue condenado por pegar dos tiros a su amante tras una discusión en Bruselas. En la cárcel compuso Carcelariamente, un conjunto de 32 poemas que nunca vieron la luz. El poeta de la Generación del 27 Luis Cernuda se inspiró en esta tormentosa relación para componer su poema Birds in the night.

Durante los 112 días que pasó el peruano César Vallejo en la cárcel de Trujillo compuso algunos de los poemas de Trilce (1922), una de las cumbres del vanguardismo poético del siglo XX:

Oh las cuatro paredes de la celda.

Ah las cuatro paredes albicantes

que sin remedio dan al mismo número.

 

Criadero de nervios, mala brecha,

por sus cuatro rincones cómo arranca

las diarias aherrojadas extremidades.

 

Amorosa llavera de innumerables llaves,

si estuvieras aquí, si vieras hasta

qué hora son cuatro estas paredes.

Contra ellas seríamos contigo, los dos,

más dos que nunca. Y ni lloraras,

di, libertadora!

 

Ah las paredes de la celda.

De ellas me duele entretanto, más

las dos largas que tienen esta noche

algo de madres que ya muertas

llevan por bromurados declives,

a un niño de la mano cada una.

 

Y sólo yo me voy quedando,

con la diestra, que hace por ambas manos,

en alto, en busca de terciario brazo

que ha de pupilar, entre mi dónde y mi cuándo,

esta mayoría inválida de hombre.

Durante le era de los totalitarismos del siglo XX (fascismo, nazismo, estalinismo) la libertad de expresión fue duramente coartada y fueron numerosos los escritores proscritos, perseguidos, encarcelados y ejecutados. La Gestapo detuvo en 1943 al periodista comunista checo Julius Fucik, que poco antes de ser ejecutado escribió en prisión el estremecedor Reportaje al pie de la horca, cuyo manuscrito fue extraído de la cárcel hoja por hoja. El químico y escritor judío italiano Primo Levi sobrevivió al campo de concentración de Auschwitz y su experiencia motivó la trilogía compuesta por Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados. El psicoanalista Viktor Frankl relató su experiencia en un campo de exterminio nazi en El hombre en busca de sentido: esta traumática experiencia motivó su teoría psicoanalítica conocida como logoterapia o búsqueda del sentido de la vida. El premio Nobel húngaro Imre Kertesz relató en Sin destino (1975) su paso por varios campos de concentración nazis cuando era un adolescente. Podemos considerar que el famoso Diario de Ana Frank fue compuesto bajo un arresto forzoso, pues pasó dos años y medio escondida junto a su familia en unas habitaciones secretas situadas tras una estantería. Finalmente casi todos murieron en un campo de concentración nazi. Sólo sobrevivió su tío, que publicó póstumamente el diario de Ana con el título de La casa de atrás. También dramática fue la experiencia del ruso-polaco Ósip Mandelshtám que, tras escribir un poema contra Stalin, fue encarcelado en diversas ocasiones, hasta que murió en un campo de trabajos forzados de Siberia en 1938.

Durante la Guerra Civil española y la dictadura franquista fueron encarcelados destacados intelectuales y escritores. Especialmente dramático fue el caso del poeta oriolano Miguel Hernández,  que fue detenido en 1939 y que murió de tuberculosis en el Reformatorio para adultos de Alicante en 1942. En una de las cartas que escribió a su mujer Josefina Manresa confiesa que estaba preocupado por la alimentación de ella y su hijo lactante, pues sólo tenían para comer pan y cebolla. A modo de canción de cuna para reconfortar a su hijo escribió las emotivas “Nanas de la cebolla”.

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

En una de sus estancias en diversas cárceles españolas compartió cautiverio con el dramaturgo Antonio Buero Vallejo, autor también de algunas pinturas carcelarias como la que encabeza este artículo, y otros muchos presos que, como él, escribían poemas que luego memorizaban los familiares, como vimos en el caso de “Las miserias  de sus crímenes”.

Uno de los poetas más conocidos que pasaron por las cárceles franquistas (entre 1939 y 1944)  fue el Premio Cervantes José Hierro, que se lamentaba de que en el penal de Dueso (Cantabria) podían oír el mar pero no verlo:

 
REPORTAJE
Desde esta cárcel podría
verse el mar, seguirse el giro
de las gaviotas, pulsar
el latir del tiempo vivo.
Esta cárcel es como una
playa: todo está dormido
en ella. Las olas rompen
casi a sus pies. El estío,
la primavera, el invierno,
el otoño, son caminos
exteriores que otros andan:
cosas sin vigencia, símbolos
mudables del tiempo. (El tiempo
aquí no tiene sentido).
Esta cárcel fue primero
cementerio. Yo era un niño
y algunas veces pasé
por este lugar. Sombríos
cipreses, mármoles rotos.
Pero ya el tiempo podrido
contaminaba la tierra.
La yerba ya no era el grito
de la vida. Una mañana
removieron con los picos
y las palas la frescura
del suelo, y todo —los nichos,
rosales, cipreses, tapias—
perdió su viejo latido.
Nuevo cementerio alzaron
para los vivos.

Desde esta cárcel podría
tocarse el mar; mas el mar,
los montes recién nacidos,
los árboles que se apagan
entre acordes amarillos,
las playas que abre al alba
grandes abanicos,
son cosas externas, cosas
sin vigencia, antiguos mitos,
caminos que otros recorren.
Son tiempo
y aquí no tiene sentido.
Por lo demás todo es
terriblemente sencillo.
El agua matinal tiene figura de fuente…
(Grifos
al amanecer. Espaldas
desnudas. Ojos heridos
por el alba fría). Todo
es aquí sencillo,
terriblemente sencillo.
Y así las horas. Y así
los años. Y acaso un tibio
atardecer del otoño
(hablan de Jesús) sentimos
parado el tiempo. (Jesús
habló a los hombres, y dijo:
«Bienaventurados los pobres de espíritu»).
Pero Jesús no está aquí
(salió por la gran vidriera,
corre por un risco,
va en una barca, con Pedro,
por el mar tranquilo).
Jesús no está aquí.
Lo eterno se desvae, y es lo efímero
—una mujer rubia, un día
de niebla, un niño tendido
sobre la yerba, una alondra
que rasga el cielo—, es lo efímero
eso que pasa y que muda
lo que nos tiene prendidos.
Sed de tiempo, porque el tiempo
aquí no tiene sentido.

Un hombre pasa. (Sus ojos
llenos de tiempo). Un ser vivo.
Dice: «Cuatro, cinco años… ».
Como si echara los años
al olvido.
Un muchacho de los valles
de Liébana. Un campesino.
(Parece oírse la voz
de la madre: «Hijo,
no tardes», ladrar los perros
por los verdes pinos,
nacer las flores azules
de abril…).
Dice: «Cuatro, cinco,
seis años…», sereno, como
si los echase al olvido.

El cielo, a veces, azul,
gris, morado o encendido
de lumbres. Dorado a veces.
Derramado oro divino.

De sobra sabemos quién
derrama el oro, y da al lirio
sus vestiduras, quién presta
su rojo color al vino
vuela entre nubes, ordena
las estaciones…
(Caminos
exteriores que otros andan).
Aquí está el tiempo sin símbolo
como agua errante que no
modela el río.
Y yo, entre cosas de tiempo,
ando, vengo y voy perdido.
Pero estoy aquí, y aquí
no tiene el tiempo sentido.
Deseternizado, ángel
con nostalgia de un granito
de tiempo. Piensan al verme:
«Si estará dormido… ».
Porque sin una evidencia
de tiempo, yo no estoy vivo.

Desde esta cárcel podría
verse el mar —yo ya no pienso
en el mar—. Oigo los grifos
al amanecer. No pienso
que el chorro me canta un frío
cantar de fuente. Me labro
mis nuevos caminos.

Para no sentirme solo
por los siglos de los siglos.

Terminamos nuestro repaso sobre la poesía carcelaria con Marcos Ana, un poeta comunista que pasó 23 años en prisión –el preso franquista que más tiempo pasó entre rejas–: fue arrestado en 1939 cuando tenía 19 años y liberado gracias a la presión de Amnistía Internacional cuando tenía 42. En la cárcel conoció a Buero Vallejo y leyó los poemas carcelarios de Miguel Hernández. Allí comenzó a escribir poemas. El más famoso (y que dio título a su libro de memorias) es “Decidme cómo es un árbol”:

Melocotón, árboles en flor de Vincent Van Gogh (1888)

Decidme cómo es un árbol,
contadme el canto de un río
cuando se cubre de pájaros,
habladme del mar,
habladme del olor ancho del campo
de las estrellas, del aire.

Recitadme un horizonte sin cerradura
y sin llave como la choza de un pobre,
decidme cómo es el beso de una mujer,
dadme el nombre del amor
no lo recuerdo.

¿Aún las noches se perfuman de enamorados
tiemblos de pasión bajo la luna
o solo queda esta fosa,
la luz de una cerradura
y la canción de mi rosa?

22 años, ya olvidé
la dimensión de las cosas,
su olor, su aroma,
escribo a tientas el mar,
el campo, el bosque, digo bosque
y he perdido la geometría del árbol.

Hablo por hablar asuntos
que los años me olvidaron.

No puedo seguir:
escucho los pasos del funcionario.


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