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Baudelaire y «Las flores del Mal»

Baudelaire_crop 1. Biografía de Baudelaire (1821-1867).

 El acontecimiento que marcó la infancia de Baudelaire fue el segundo matrimonio de su madre con el coronel Aupick, cuando Charles sólo tenía 7 años. Nunca fue buena la relación con su padrastro, quien mandó internar al poeta en un colegio, del que fue expulsado por mal comportamiento. En 1840 se matriculó en la Facultad de Derecho en París, donde comienza a llevar una vida de dandy y a frecuentar los círculos bohemios –entabla amistad con Gerard de Nerval o Balzac, por ejemplo–del Barrio latino. Su padrastro lo obliga a embarcar en un largo viaje por las Antillas, pero Baudelaire vuelve a París desde las Islas Mauricio. De vuelta en París continúa su vida bohemia, dilapidando la herencia de su padre –hasta que su padrastro la coloca bajo tutela judicial por temor a que la malgastara rápidamente–  y manteniendo relaciones con diferentes mujeres (inspiradoras de diferentes poemas de Las flores del mal), entre las que destaca la mulata Jeanne Duval o la prostituta Sarah, la bizca, que probablemente le contagió la sífilis. Comienza a ganarse la vida como (destacado) crítico literario y musical (muestra una opinión favorable por el compositor romántico alemán Richard Wagner, a quien considera una síntesis  del nuevo arte). Al descubrir la obra de Edgar Allan Poe, queda tan fascinado que decide traducirla –aprendió inglés para hacerlo– al francés. En 1847 publica la novela corta La fanfarlo, en la que ironiza sobre el Romanticismo. En 1848 participa en las revueltas de París, en las que incita a las masas a fusilar a su padrastro. Después del fracaso de la revolución, se refugia en su «torre de marfil». En 1857 su obra Las flores del mal es condenada por «ultraje a la moral pública y a las buenas costumbres»  y su autor es procesado y obligado a pagar una multa de 300 francos por el mismo tribunal (y el mismo fiscal) que quiso condenar Madame Bovary de Gustave Flaubert. No obstante, la obra se reedita en 1861 sin las 6 piezas condenadas y con nuevos poemas. Por esa época empezó a componer sus Pequeños poemas en prosa, que se editaron póstumamente en  1869 (en 1864 se había publicado en el periódico Le Figaro una selección con el título de El spleen de Paris). Entre 1858 y 1860 se publicó su obra Paraísos artificiales, un conjunto de ensayos influido por Las confesiones de un inglés comedor de opio (1821) de Thomas de Quincey, entre los que destacan los relacionados con el vino y el hachís. Viajó a Bélgica en 1864, donde pronunció una serie de conferencias. A su vuelta a París la sífilis que padecía le causó un primer conato de parálisis (1865), y los síntomas de afasia y hemiplejía, que arrastraría hasta su muerte, aparecieron con violencia en marzo de 1866, cuando sufrió un ataque en la iglesia de Saint Loup de Namur. Trasladado urgentemente por su madre a una clínica de París, permaneció sin habla pero lúcido hasta su fallecimiento, en agosto de 1867.

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Simbolismo y modernidad poética

El término Modernidad o Modernismo se puede entender fundamentalmente de dos maneras: a) como una etapa de transición entre el siglo XIX y el siglo XX, conocida también con el nombre de «Crisis de fin de siglo» o «Belle époque», según lo optimistas que seamos; b) como una corriente estética o estilo artístico de renovación formal que persigue la belleza y la dificultad. Las perspectivas no son excluyentes, como en ocasiones se han considerado, sino complementarias: es conveniente estudiar el Modernismo integrando los rasgos estéticos (el estilo modernista) dentro del contexto de la época de la Modernidad, que incluye el estudio de las características sociales, filosóficas, culturales, científicas, éticas y estéticas del Fin de siglo. En síntesis, el Modernismo es una corriente de renovación estética que persigue la belleza y la dificultad, afecta a numerosas artes (literatura, pintura, arquitectura, decoración, escultura, etc.), recibe diversas denominaciones («Art Nouveau» en Bélgica y Francia, «Modern Style» en los países anglosajones, «Sezession» en Austria, «Jugendstil» en Alemania y países nórdicos, «Nieuwe Kunst» en Países Bajos, «Liberty» o «Floreale» en Italia) y representa la manifestación artística de la época de la Modernidad, esto es, del tránsito entre el siglo XIX y el siglo XX.

El término «modernista» surgió como un calificativo despectivo que los artistas tradicionales, representantes de la estética realista decimonónica, aplicaban a los nuevos creadores. Los artistas modernistas pretenden crear un arte nuevo, joven y libre. En el campo de la literatura, la revolución modernista se oponía al arte realista. Uno de los principales postulados del Modernismo en literatura es la conocida premisa de «el arte por el arte», es decir, la creación artística autónoma, regida por las leyes del Arte, convertido en la nueva religión, y no en el principio de verosimilitud del realismo. La literatura y, fundamentalmente, la poesía se convierte en un arte minoritario, exquisito, elaborado por artesanos de la palabra. El fin del arte no es explicar o cambiar la realidad. El arte debe ser un fin en sí mismo. El modernismo es una estética formalista.

Para acotar los límites cronológicos del Modernismo podemos recurrir al emblemático año de 1867 (la muerte de Baudelaire) como fecha de inicio, y el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914) como final de la época.

A continuación vamos a analizar las características del Modernismo desde las dos perspectivas apuntadas al principio (epocal y estética), teniendo en cuenta que son complementarias y no excluyentes o, mejor dicho, que las características estéticas son el reflejo de la época o se explican en relación al contexto histórico-cultural en el que surgen.

CARACTERÍSTICAS EPOCALES DEL MODERNISMO: LA «CRISIS DE FIN DE SIGLO»

 

Como hemos visto, es conveniente estudiar el fenómeno del Modernismo como una manifestación de la Época de la Modernidad. Es necesario, por tanto, relacionarlo con los vertiginosos cambios sociales, científicos, filosóficos, éticos y estéticos de fin de siglo. Fácilmente viene a la mente el “mal du siècle” romántico. Y es que ambas épocas tienen no pocos aspectos en común. Si la época del Realismo, una vez establecida la burguesía en el poder y ya sentadas las bases para el progresivo desarrollo del Capitalismo, se había caracterizado por la desenfrenada industrialización y la fe en la ciencia (Positivismo), hacia final de siglo ya se observa un desencanto ante la cara más oscura de esta nueva época. La creencia en el progreso ilimitado en el ámbito económico y tecnológico se vio ensombrecida por el surgimiento de nuevos problemas sociales y humanos: la vida en la gran ciudad fomentaba la alienación del individuo (raíz del spleen del que hablaba Baudelaire) y la riqueza de unos pocos se fraguaba a costa del empobrecimiento de la mayoría (la nueva clase social, el proletariado, mano de obra de la Revolución industrial, malvivía hacinada en los extrarradios industriales de las grandes urbes). El proletariado fue tomando conciencia de su papel y se fue radicalizando en las últimas décadas del siglo XIX. La formación y consolidación de los movimientos obreros y las doctrinas marxistas, anarquistas, socialistas y sindicalistas son los fenómenos más característicos de la sociedad de finales del XIX y principios del XX.

Ante esta «crisis» espiritual surgida como contrapunto al progreso material, no es extraño que el arte y la cultura volvieran los ojos hacia el afán liberalizador e irracionalista del Romanticismo. En efecto, la filosofía del fin de siglo surge del rechazo al racionalismo positivista del Realismo y de la reactualización de las doctrinas irracionalistas del Romanticismo. Schopenhauer y Kierkegaard, dos filósofos de principios del siglo XIX, fueron reivindicados en el Modernismo, pero el más característico de esta época fue Friedrich Nietzsche (1844-1900). Este filósofo alemán retoma la idea de Schopenhauer de un mundo basado en la Voluntad, pero añade que la esencia humana es la Voluntad de Poder, es decir, la voluntad por sobrevivir. Predica el concepto de superhombre, aquél que hace prevalecer su voluntad de poder al margen de cualquier cortapisa moral (“más allá del bien y del mal”) y propugna una subversión de todos los valores. Su ateísmo (se atrevió a proclamar que «Dios ha muerto») y su crítica a las religiones (en especial el catolicismo) ayudan a entender, como se verá a continuación, el proceso de secularización de una época de crisis que veía tambalearse uno tras otro los valores supuestamente eternos sobre los que estaba sustentada la civilización occidental: la religión, la fe en el progreso, la ciencia. Otros dos pensadores influyentes fueron Henri Bergson (1859-1941) y Sigmund Freud (1856-1939). Del primero destaca (por su reflejo en las obras modernistas) la sustitución del análisis racional por la intuición como vía de conocimiento. Freud es el creador del psicoanálisis. Sus ideas sobre el inconsciente y el mundo de los sueños ejercieron una notable influencia en la literatura simbolista y, especialmente, en el Surrealismo.

Como decíamos, otro rasgo característico de la mentalidad de fin de siglo es la secularización, es decir, el proceso por el que la sociedad y la cultura se desprenden del dominio de las instituciones y símbolos religiosos. No hay que confundir secularización con laicismo (independencia del Estado respecto a la religión), aunque la secularización es el paso previo del laicismo. El vacío dejado por la religión fue ocupado durante el Realismo por la Ciencia, un nuevo culto racional, y durante el Modernismo, por la Belleza, un nuevo culto artístico, esto es, irracional.

Un fenómeno característico de la espiritualidad finisecular, relacionado con el proceso de secularización, es la proliferación de corrientes esotéricas y místicas, un auténtico modernismo religioso. Una vez desacralizada la religión, se sacralizan otras facetas del espíritu (como el arte), o bien surgen formas de espiritualidad o religiosidad heterodoxas: teosofía, espiritismo, esoterismo, cábala, ocultismo, alquimia, magia, etc. En este contexto cabe entender la atracción por Oriente y el budismo.

Los intelectuales (un término surgido en esta época durante el affaire Dreyfuss) toman consciencia de su libertad como artistas y mantienen una ambigua relación con la sociedad burguesa que, por un lado, los considera una élite culta y creativa y, por otro, los margina por su transgresión moral y su desprecio del materialismo. No obstante, como marginado de la sociedad burguesa moderna, el artista se muestra orgulloso como un dandy (estrafalario pero elegante) o un bohemio (desarrapado, antiburgués, vividor y, en ocasiones, autodestructivo) con una actitud desafiante que desprecia al “vulgo”: eso es lo que significa épater le bourgeois  (literalmente, ‘hacer caer abierto de piernas, por algún hecho o dicho asombrosos, al burgués’).

Con el desarrollo de las grandes ciudades se produce un cambio psicológico en el individuo. Se pasa de una vida en comunidad (rural o de pequeñas poblaciones), con un ritmo lento que propiciaba la interrelación entre los individuos, a una vida en sociedad, intelectualista e hipersensible, caracterizada por la rapidez y la velocidad con la que se suceden los estímulos. Baudelaire introduce la ciudad como tema poetizable: para él no sólo representa la alienación del hombre, sino también la belleza misteriosa y hasta entonces no descubierta. Aun así, no idealiza lo urbano, sino más bien todo lo contrario: se regodea en sus miserias. Fue uno de los primeros en reflejar en sus poemas los «nuevos» trastornos anímicos y psicológicos que había traído consigo la Modernidad y la vida en las grandes ciudades: la neurastenia, la hiperestesia o, como él bautizó, el spleen, una mezcla de tedio, hastío, aburrimiento, melancolía, agobio, angustia existencial.

CARACTERÍSTICAS ESTÉTICAS DEL MODERNISMO: EL «ARTE POR EL ARTE»

 

Después de estudiar el Modernismo en el contexto histórico-cultural en el que surge, nos centraremos en las características específicamente artísticas y, más concretamente, literarias.

ESTETICISMO. Una de las divisas del Modernismo es el «arte por el arte», es decir, la convicción de que el arte es un fin en sí mismo y no una herramienta útil para explicar la realidad o cambiar la sociedad. El Modernismo surgió como un rechazo del Realismo y la sociedad burguesa mercantilista. Esto significa que el modernismo es anti-utilitarista y anti-realista. Además, es formalista, ya que antepone la forma al contenido, le interesa más el cómo que el qué. En una sociedad secularizada en la que han entrado en crisis convicciones hondamente enraizadas en la sociedad (religión, ciencia, progreso), se rinde un auténtico culto a la Belleza, la nueva diosa a la que consagrar la vida. En efecto, no sólo se persigue la belleza en las creaciones artísticas, sino que se intenta vivir artísticamente, hacer de la vida una obra de arte. Por último, otra consecuencia del esteticismo es la conciencia del trabajo del artista. En las obras se reflexiona sobre la creación artística: es lo que se conoce como metaficción y, en poesía, metapoema. El esteticismo, en suma, es la búsqueda de la belleza, la voluntad de hacer de la vida una obra de arte y la reflexión de arte sobre sí mismo.

EVASIÓN. El Modernismo, como el Romanticismo, huye de una realidad que le desagrada. La evasión puede ser tanto en el espacio (hacia lugares exóticos) como en el tiempo (hacia épocas apreciadas por su belleza o su cultura). Así se explica el gusto por la mitología. Los modernistas quieren rodearse de belleza (poesía, pintura, música, escultura, decoración suntuosa, etc.) aunque sea a costa de refugiarse en una «torre de marfil», aislados de la vulgaridad urbana.

DIFICULTAD. El Modernismo aspira a la Belleza, pretende crear una obra perfecta. El perfeccionismo implica esmero formal. El formalismo exige dificultad. La dificultad propicia que el modernismo sea un arte para minorías, no apto para «la masa» inculta, sino sólo accesible para una élite intelectual que sabe apreciar la Belleza. Por otra parte, el formalismo modernista los aleja del Romanticismo, ya que la obra de arte no sólo es fruto de la inspiración, sino consecuencia del trabajo esforzado: es la creación de un artista artesano. Además, los modernistas huyen de la exhibición impúdica de sentimientos propia del Romanticismo. La creación necesita de una reflexión sobre los sentimientos, de una racionalización de lo irracional. El modernismo, por tanto, filtra la emoción con la inteligencia. Esto tiene como consecuencia la densidad, la dificultad, la opacidad, el hermetismo de la obra de arte. El modernismo exige un lector o espectador activo.

INNOVACIÓN. Como hemos visto, la elaboración formal es el rasgo esencial del estilo modernista. El gusto por lo exquisito en la literatura fomenta la búsqueda de la sonoridad y el ritmo. Por ello, la lírica es el género que impregna todas las producciones y contagia otros géneros (Baudelaire escribe «Poemas en prosa»; se pone de moda el teatro poético en verso, etc.). Se experimenta audazmente con la métrica (innovaciones métricas, estrofas y versos inusuales, polimetría) o se recuperan formas clásicas (el soneto, por ejemplo). La literatura modernista está sobrecargada de figuras retóricas, algunas muy complejas (aliteraciones, sinestesias, etc.). Además de los género literarios, se fusionan las artes: En busca del tiempo perdido de Proust es una novela sinfónica, se escriben verdaderos poemas pictóricos (Apolo de Manuel Machado es un poemario-museo), el estilo impresionista se utiliza en las descripciones novelescas (Azorín y Baroja así lo hicieron), Baudelaire se ganó la vida como crítico de arte, Verlaine y Antonio Machado esculpieron fuentes y jardines melancólicos en sus poemas, etc.

HEDONISMO. El hedonismo es la búsqueda incansable del placer. Refugiarse en los placeres, sanos o malsanos, es una forma de huir de los problemas de la realidad. Otra forma de evasión es el viaje mental a «paraísos artificiales», según la expresión de Baudelaire. La alteración de los sentidos, ya sea mediante el uso de sustancias estupefacientes (el opio, la absenta, el hachís, el vino, el láudano, la morfina, el tabaco… son drogas habituales de los modernistas) o mediante otros «placeres» voluptuosos, entre los que se encuentra el Arte o la Belleza (Baudelaire recomendaba «emborracharse de Vino, de Poesía o de Virtud»), permiten huir momentáneamente de la angustia de vivir (Spleen) y encontrar la serenidad y la plenitud en el Ideal.

TENDENCIAS Y TÉCNICAS ESTÉTICAS

PRERRAFAELISMO

 

Fue una escuela de existencia efímera (1849-1851) organizada en Inglaterra en torno al pintor y poeta Dante Gabriel Rossetti y admiradora de la Edad Media, pero en su vertiente más inocente y pura. El nombre del grupo proviene de la predilección por los pintores italianos primitivos, anteriores a Rafael. Admiran su espontaneidad, el trazo ingenuo y natural, la intención trascendente y religiosa de sus cuadros. Nos vienen a la mente las obras pictóricas que presentan a angelicales vírgenes de rostro ovalado y amplia frente, de rasgos delicados e infantiles, pálidas y a la vez rosadas, de pelo claro y actitud maternal. Tienen un evidente propósito antirrealista e idealizador. En literatura esta tendencia deja su huella en D’Annunzio (El placer), Valle-Inclán (por ejemplo en la Sonata de primavera) o Rubén Darío.

 

PARNASIANISMO

 

Se formó en Francia en el año 1866 con motivo de la publicación de tres antologías poéticas tituladas El Parnaso contemporáneo. Surge en oposición a dos excesos románticos: la exhibición impúdica de la subjetividad del artista y la predicación social y política. El parnasianismo aspira a crear una obra de arte autosuficiente, desvinculada del contexto social y desprovista de intencionalidad política. Cultivan el llamado arte por el arte. La desvinculación de la sociedad contemporánea empuja a los creadores a volver la vista a otras culturas y otros tiempos, que se presentan idealizados (Antigüedad grecolatina, Edad Media; la India, el mundo musulmán, Japón, el trópico…). Las obras se pueblan de bacantes, faunos, objetos decorativos suntuosos (cuadros, lámparas, porcelanas…). Los principales representantes de esta tendencia en Francia son Théophile Gautier, Leconte de Lisle, Charles Baudelaire, Paul Verlaine

 

DECADENTISMO

El Decadentismo nace en los cenáculos parisinos de la “rive gauche” en torno a 1880. Supone una exacerbación del esteticismo parnasiano, un sentimiento de ostentosa admiración por la belleza, prescindiendo de todos los presupuestos morales. Exalta lo perverso, oscuro e irracional; se descubren los placeres prohibidos, lo malsano, escandaloso y raro. Se interesa por las culturas tardías, refinadas, barroquizantes. Frente al puritanismo de la era victoriana, el sexo (voluptuosidad, perversiones…) cobra especial relevancia en estas obras. El consumo de drogas (alcohol, absenta, opio, hachís…) que estimulen y abran la mente para llegar a los “paraísos artificiales” es algo habitual entre los decadentistas, así como un impulso autodestructivo y suicida. Es evidente su actitud irreverente, provocativa, a menudo estereotipada, que busca “épater le bourgeois”; se extendió por toda Europa y a menudo se confundió con la bohemia y el dandismo. Quizá el autor más representativo de esta actitud sea J. K. Huysmans, cuyas obras À rébours y Là bas ejercieron una notable influencia en la literatura de su tiempo. Se suele citar también a Oscar Wilde (El retrato de Dorian Gray, 1891), que sufrió en sus carnes la represión puritana de la sociedad victoriana.

 

SIMBOLISMO

El término Simbolismo se puede analizar desde dos puntos de vista: como técnica y como escuela poética. Como técnica consiste en el procedimiento de representación de ideas inefables mediante expresiones relacionadas con el mundo real. Esta técnica ha estado presente en todas las épocas de la literatura, por ejemplo en la Biblia o en la mística española.

La escuela Simbolista tiene un claro precedente en la filosofía mística de Swedenborg (1688-1772), que creía en la existencia de correspondencias ocultas entre las percepciones sensoriales y la vida espiritual que pueden ser descifradas por un poeta-vidente. Es evidente la huella de esta teoría en Baudelaire, cuyo poema “Las correspondencias” es un auténtico manifiesto poético del Simbolismo, o en Rimbaud, que lleva al máximo la irracionalidad de los símbolos en su famoso poema “Las vocales”.

Otros precedentes son los poetas románticos William Blake y Gérard de Nerval o el inclasificable Conde de Lautreamont, cuya provocadora obra Los cantos de Maldoror (1869) –su protagonista reniega de Dios y la humanidad, odia la realidad y ensalza la imaginación, pero también lo grotesco, la blasfemia, el asesinato, la obscenidad, la putrefacción, la deshumanización, el sadomasoquismo…– ejerció una notable influencia también en el Surrealismo.

Aunque la escuela simbolista se desarrolla como tal después de 1885 en torno al poeta francés de origen griego Jean Moréas, los maestros de esta generación fueron Charles Baudelaire (murió en 1867), Stephane Mallarmé, Paul Verlaine y Arthur Rimbaud, un grupo de creadores que nunca constituyó una escuela y que escribió de espaldas a la moda realista imperante.  Fueron incomprendidos, marginados y, a veces, perseguidos (Las flores del mal de Baudelaire fue censurada por atentar contra la moral) y siempre estuvieron rodeados de un halo de marginalidad y malditismo. De hecho, se les suele conocer como “Poetas malditos”, nombre que proviene de una antología comentada que preparó Verlaine en 1884.

El 18 de septiembre de 1886 Jean Moréas publicó Un manifeste littéraire  –el que puede considerarse el manifiesto de la Escuela Simbolista– en el suplemento literario del periódico Le Figaro. En él Moréas propugnaba que el Simbolismo era «enemigo de la enseñanza, la declamación, la falsa sensibilidad, la descripción objetiva». La poesía simbolista «investiga para expresar el Ideal de una forma sensitiva». La literatura simbolista posee intenciones metafísicas, intenta utilizar el lenguaje literario como instrumento cognoscitivo, por lo cual se encuentra impregnada de misterio y misticismo. Intentaba encontrar lo que Charles Baudelaire denominó «correspondencias», las secretas afinidades entre el mundo sensible y el mundo espiritual.  Y es que Baudelaire y sus Flores del mal (1857) contenían ya en germen los postulados esenciales del Simbolismo: por un lado, oposición al realismo y al positivismo y, por otro, concepción del mundo como un misterio que el poeta ha de desvelar. El Simbolismo iniciado por el precursor Baudelaire sintetizaba las dos fuentes o tendencias fundamentales del movimiento: una dimensión parnasiana, a través de la búsqueda de una belleza ideal, y otra decadente, manifestada en la atracción por lo artificial y lo perverso.

La fase de mayor actividad del movimiento se sitúa entre 1885 y 1897. Además de Moréas podemos incluir en esta escuela a los franceses Jules Laforgue (introductor del verso libre) y Villiers de L’Isle-Adam (autor de los famosos Cuentos crueles) y a los belgas Maurice Maeterlinck (el mayor representante del teatro simbolista), George Rodenbach y E. Verhaeren.  Tras la muerte de Verlaine (1896) y de Mallarmé (1898), el grupo perdió cohesión y tendió a dispersarse. Sin embargo, su herencia perdura en las primeras décadas del siglo XX, especialmente en Paul Claudel, Paul Valéry, Guillaume Apollinaire o en los primeros movimientos de vanguardia.

Los simbolistas son conscientes de la dificultad de expresar mediante palabras los sentimientos más inefables; ello los obliga a hacer uso de las sugerencias, los matices imprecisos. Además, rehúsan la grandilocuencia y la exhibición impúdica de los sentimientos de los poetas románticos. La simbolista es una poesía antirretórica. Finalmente cabe destacar que a menudo la correspondencia entre las ideas y las palabras es altamente irracional. La figura retórica que mejor ejemplifica estas arriesgadas asociaciones es la sinestesia.

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